jueves, 4 de junio de 2009

ACROPOLIS

El delirio de Amador Hierro
por Violeta Wú
Amador Hierro se levantó como siempre tarde, pasada la mañana de un sábado cualquiera. Se dirigió a la cocina de aquella casa grande, que otrora fuera lujosa y ahora parecía un museo de antigüedades. Miró con desgano un cuadro pintado por su padre que torcido y opaco, colgaba en la pared descascarada del comedor. Se acercó arrastrando los pies lentamente a la estufa vieja de la cual solo funcionaba una sola hornilla. Puso la greca sin asa, tan antigua como la casa misma.
Pronto, el olor del café empezó a estimular sus sentidos. Por algo le apodaban “El Sibarita”. Preparó para sí mismo, con minucioso ademán, su bandeja con la cafetera de vidrio ya sin tapa y una taza blanca y azul de porcelana china muy fina sin agarradera también. La cucharita de acero inoxidable junto al platillo sobresalía con su brillo y cuando tomó la azucarera notó que no quedaba ni el fondito de azúcar. Se contrarió y lanzó una palabrota acompañada de su frase favorita -!Carajo esto se jodió!- Y añadió, ya ni azúcar me queda, no sé cuando llegaré a ser rico para no comprar más esta basura de azúcar crema y comprarme un quintal de la refina. Me daré por fin la gran vida que merezco.
El café anunció que ya hervía. Tomó la greca con un trapo tan viejo como curtido y lo enrolló alrededor de la cintura del artefacto, cual si fuera una mujer a la que iba a besar llevándola con sumo cuidado, para no quemarse con su calor, a la bandeja plástica. El rico olor del caliente chorrito inundó su olfato de buen catador y se relamió con lentitud salivando casi, ante la imagen del sabroso sabor del café. Miró el reloj de pared, y pensó "menos mal que todavía sirve."
Los números romanos indicaban que eran las 2 de la tarde ya. Tomar su café era un ritual que no rompería por ninguna prisa que tuviera. No estaba, dentro de sus cánones mentales, el correr y enfrentarse a la falta de elegancia que el apresuramiento genera, así que, intuitivamente decidió no faltar a sus parsimoniosos modales so pena de disgustarse consigo mismo.
Tardó hasta un poco más de las dos y media de la tarde. Quería llegar al Acrópolis en la hora en que los jevitos y jevitas acudían a ese lugar a pasillar y pasar un rato “chiling”, es decir, a brillar con su ropa de diseñadores famosos y sus tenis de marcas caras, olor a perfumes franceses y aroma de rica comida que los “Lounge bars” preparaban para la parrillada de los “happy hours” de las seis. Además, allí vería a su dulcinea, a quien había llamado con voz ronca y casi inaudible y queriendo parecer ser sensual invitándola con un: Amor allí nos vemos. Aquella mujer que lo acotejaba bien y se identificaba con él a pesar de sus carencias económicas.
El día que la conoció ella estaba sentada con su cabellera negra, de pelo lacio, y algo despeinada llorando con gemidos, casi aullidos, de lobato perdido, pero en modo alguno parecía una blanca paloma. Amador tenía razón cuando pensó para sí, que hacía un montón de años que la joven había dejado atrás la ingenuidad y con ella la virginidad. Se le acercó con cautela y le preguntó: ¿Puedo sentarme?
Ella lo miró y se encogió de hombros. El se sentó pero no le preguntó nada de inmediato. Solo le dijo:
- No creo que tu pena sea mayor que la mía.
Nuevamente ella lo miró, pero ahora de una manera diferente y con un dejo de incredulidad le contestó:
–Supongo que como no eres mujer no me entenderías del todo._
- Bueno, si lloras por un hombre claro que no, porque yo nunca lloraría por un hombre pero si por una mujer, y sobre todo tan bonita como tú. Puedo escucharte si deseas confiar en mi.
Servanda sonrió y decidió contarle. Le contó de sus desventuras, que el novio la dejó para casarse con una más joven que ella, que vivía con su madrina que la había criado, no conocía a su padre y su madre la dejó con la comadre para irse a ganar los centavos a Curazao y jamás dio posición otra vez. Para él, astuto y avezado por la vida de chulandería que llevaba, fue muy obvio que ella tenía una muy baja autoestima y sangraba por la herida de los abandonos.
Con voz baja, ronca y queriendo parecer sexy le dijo:
- No podría ser esa muchachita ni más bonita ni más buena hembra que tú, ese hombre o estaba ciego o es un buen marica, perdón no quise ofender, me molestan que las lágrimas de unos ojos tan hermosos no sean tomadas en cuenta ni apreciadas en su justo valor, ese tipo no merece que llores por él.
Animada por este comentario su ego se creció y siguió sus confidencias. Luego con el paso de los días consolándose mutuamente se hicieron “marinovios”.

Amador llegó al Acrópolis a las tres de la tarde bajo un sol caliente de verano, la cabeza ardiendo por el calor y también por los sueños. Caminó perseguido de su delirio de grandeza y posesiones. Acrópolis era para él un destino obligado que lo hacia revivir épocas pasadas y sentirse como un riquito visitando tiendas europeas o norteamericanas. La música de los Lounge bars de la entrada le preparaban los sentidos para, en la tercera planta, sentir el rico olor de los rollos de canela y el café que aunque no eran realmente tan costosos, él sin embargo no podía disfrutar por la precariedad de sus bolsillos. Le habría gustado entrar al cine a las cuatro con Servanda, a ver aquella película, “El Gran Torino” que le recomendara un amigo suyo, pero, los precios de las taquillas no estaban a su alcance. Entró como aletargado por el bullicio, los olores a perfumes y ropas caras, los vistosos anuncios de los bancos, tiendas, líneas aéreas y otros negocios allí ubicados.
Soñar con todo aquello no le hacía daño a nadie y a él le hacía sentirse como parte intrínseca del ambiente. Nunca pasaba de la tercera planta. En las demás estaban las oficinas de empresas importantes. A veces iba a los parqueos del sótano. Le gustaba el olor del gasoil, la bruma del monóxido de carbono dificultando su respiración y los cláxones sonando con un eco ronco, que le llevaba a imaginarse ser el dueño de una de aquellas máquinas de lujo de las que abundaban allí.
Esta vez no bajó a los parqueos sino que subió como zombie dirigido por las manos de algún inexistente hechicero, que lo llevaba con sus olores a su objetivo final. Subió sin pensar que solo estaba en el Acrópolis, en Dominicana, y no en un moderno edificio francés y se detuvo frente a uno de los bancos. Miró hacia adentro y alcanzó a ver lindas chicas rubias que detrás de los cajeros o en sus escritorios afanaban, atendiendo a clientes emperifollados en trajes elegantes y señoras muy chic, que con gestos prepotentes hacían sus transacciones de lugar.
Su cabeza ahora le daba vueltas. Pensó que quizá sería el hambre o los aromas mezclados al propio olor a perfume que él guardaba celosamente en un frasquito para estas ocasiones. Quería encontrar un lugar visible y cómodo para sentarse a esperar a Servanda, su marinovia. Ambos desentonarían un poco en ese ambiente chic y caro, pero el no lo percibía así. Por el contrario se sentía tremendamente arrebatador frente a las atenciones que ella le dispensaba cuando estaban juntos.
Ella no llegaría hasta las cinco y mientras, él se entretendría disfrutando de ese agradable panorama y soñando con el día en que volviera a ser rico.
En su alelamiento se detuvo y quedó paralizado frente al City Bank, como hinoptizado por las candilejas vespertinas del interior del edificio. De repente alguien le empujo, y dijo:
- Mierda!, quítate del medio idiota, ! Toma!, ésto es para que no estés dónde no te han llamado, cabrón hijo de Perra.
El empujón fue acompañado de un fuerte golpe, con algo macizo y gris, talvez una pistola o revolver, dicen algunos testigos que vieron el hecho casi de ojeada, por lo rápido que ocurrió.

Amador cayó de espaldas y sonó un ¡crak! duro y seco, quedó allí tendido inconsciente boca arriba, mientras unos asaltantes con panties media en las caras deformándoselas, salían corriendo armados del banco y con bolsas de dinero en las manos.
- ¡Como de película!, - decía la gente.
Amador no supo que había sido golpeado ni tampoco tumbado que yacía en el suelo de Acrópolis boca arriba, frente a un Banco conmocionado por el asalto. Quienes lo miraban con curiosidad notaban que su boca grande como de cocodrilo hambriento y de dientes muy blancos, se desplegaba en una sonrisa estúpida. Era la misma sonrisa que portaba siempre que se perdía en el laberinto de sus sueños de grandeza, bajo los efectos del alcohol en demasía. Un hilillo de sangre corríó por el piso y se estancó en un pocito púrpura intimidante. Llegó la ambulancia, preguntaron si había algún familiar y si tenía identificación alguna. Nada, no tenía nada, solo esa estúpida sonrisa que lo caracterizaba.
El, tan meticuloso y detallista, hoy precisamente hoy, había dejado su cartera para tener la excusa de no pagar los antojos de Servanda porque no tenía un céntimo con que hacerlo. Eso no le preocupaba mucho pues su hembra era loca con él y pagaría todo.
“Todo por darme gusto y para que no me sienta mal”, pensó con su acostumbrada indolencia de buen vividor y se fue al Acrópolis
Así sin ser identificado por nadie, en estado inconsciente y aparentemente grave Amador fue llevado al hospital Darío Contreras, pero todavía allí sonreía. Había palomas y pajaritos en su inconsciencia cantando la melodía “La bohemia”, olores danzando a su alrededor a ropa buena y perfumes caros, a gente chick y del yet set, artista de cines y gente de mundo. Un profundo estado de coma se había adueñado de él. De esto hace meses y aun hoy persiste en su boca esa sonrisa estúpida.
Servanda se había enterado de la tragedia al llegar y ver que en el lugar donde acordaron encontrarse no estaba su amado Amador sino, un tumulto de curiosos, angustiada preguntó que había pasado allí. Alguien le contó diciéndole:
- Llevaron un señor al Dario Contreras inconsciente, con sonrisa de ángel pero boca de cocodrilo hambriento, valga el contraste- añadió el sujeto.
Servanda no se ha repuesto de su nuevo infortunio. Ella, que se soñaba ya casada con aquel heredero de una fortuna en fincas e inmuebles, según él le había jurado y perjurado, hoy se retuerce de rabia, de pesar y dolor con amarga queja, por su mala suerte, en tanto que Amador sonríe con mayor placer cuando defeca u orina en su cama de hospital como si pensara: ¡Dios mío que hermosa y rica es la Vida! No existe la pobreza ni para morir cuando se vive de delirio de grandeza.
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Violeta Wú de Ballester. Maestra graduada con especialidad en Educación Especial. En sus inicios trabajó en el sector público en la enseñanza intermedia, en las áreas de sociales y español.
Durante ese tiempo, a principio de los años 60s, la dirección del plantel la incentivó para escribir artículos sobre temas históricos para los libros de lectura de la enseñanza básica de la Colección Coquitos usados en esa época. Hacia principios de los 70s pasó a la enseñanza primaria en el Colegio Calasanz, donde trabajo por casi 11 años. Durante los últimos años y depués de certificarse en la Biblioteca Nacional pasó a crear, organizar y dirigir los programas de Formación de Hábitos de lectura y escritura para básica.
En 1984 entra a formar parte del personal de enseñanza del Idioma Español a estudiantes voluntarios del Cuerpo de Paz de los EEUU (PC), Embajada y otras instituciones de voluntariados, como JAICA, (voluntarios técnicos japoneses ), en 1991 fue promovida a Coordinadora de Programas del Departamento de Español. En este tiempo asistió como representante de la región del Caribe a varios Congresos de Enseñanza de idiomas de la Región Latinoamericana y del Caribe del Cuerpo de Paz ,en Miami donde expuso nuevas formas de evaluaciones y programas implementados en R.D. Mas tarde organizó y dirigió talleres de entrenamiento de profesores de Español como segundo Idioma en PC-Tegucigalpa –Honduras.
Desde 2004ha sido Co-fundadora y trabaja en la creación de programas en Community Service Alliance donde enseña y coordina todo lo concerniente a los programas para grupos y tutoriales de voluntariados y pasantías universitarias extranjeras en el país.
Su afición por la escritura le ha acompañado siempre, escribiendo cuentos, poesías, ensayos personales inéditos que nunca intentó publicar. Su inmersión en la enseñanza ha ocupado todo su tiempo.

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