viernes, 5 de junio de 2009

Carrefour

El Coffee Shop

por Maritza Álvarez

Las blancas tazas del café chocan entre sí y la sacan de sus pensamientos. Yokaira sonríe pensando que ya está cerca el día de irse para Europa como casi todas sus primas. Levanta la vista y ve allá, entre las sillas de metal blancas y azules, al muchacho con la máquina de brillar el piso moviéndose desganadamente. Mira hacia el centro del lobby y ve pasar a una mujer vestida con un conjunto de jeans azul claro; una niñita corre gritando, al fondo a la derecha un hombre sube a una escalera de metal y empieza a pintar el letrero de Yogen Früz; dirige entonces la vista hacia la puerta de entrada y alcanza a ver a Pierre entrando desde el parqueo, una lluvia fría empieza a caer. Ella empieza a ordenar las tazas mientras por el rabillo del ojo lo ve acercarse.
- Buenos días, Yokaira, ¿cómo estás?
- Buenos días, señor Pierre, bien gracias.
- Lindos pantalones, ¿los compraste aquí?, pregunta él mientras sus ojos recorren senos, caderas, senos, boca, pelo.
- Sí, los compré aquí el día de San Valentín. Ese día usted me dijo que ese color me quedaba bien. Ella recuerda que también dijo algo sobre el movimiento de las caderas de las dominicanas, pero se lo calló.
- ¿Desde cuando trabajas aquí?
- Desde hace un año, bueno, entré en navidad, así que desde hace un año y dos meses.
- ¿Y siempre has trabajado aquí en el coffee shop?
- Sí, vine porque la que trabajaba aquí, mi amiga Xiomara, salió embarazada.
- Y dime, ¿te gustaría trabajar en algún otro departamento?, porque si es así yo podría ayudarte.
Llega un cliente.
- ¡Dame un capuchino! Ordena, casi voceando.
Entonces ella se voltea hacia la máquina de hacer café mientras piensa que el señor Pierre viene siempre a saludarla, cuando llega en las mañanas, que es muy amable con ella, que le dice piropos agradables, no como esos groseros de los empacadores, que se la pasan diciéndole “mami”, “mamacita” y piropos vulgares. Además no tiene mujer, siempre está solo aquí, y no está mal, no es ni viejo ni joven. Tiene una linda cabellera gris, que hace juego con sus ojos, aunque es demasiado blanco y está medio gordito, a diferencia de su novio, que es morenito como ella, y está roca, como dicen sus amigas.
- Aquí tiene, señor, ¿desea algo más?
- No, gracias, dice el hombre mientras se sienta, en la mesa contigua al mostrador, junto a un hombre más joven con lentes oscuros y que habla por un celular, mientras sostiene otro en la mano.
- ¿Y usted, señor Pierre, desea algo?
- Sí, un mocachino y unas tostadas francesas.
Se sienta y la mira manejar la máquina, las tazas, la plancha de tostar, mientras piensa en Yokaira.

La vio desde los primeros días cuando llegó aquí directo desde Francia. Pierre, a sus 55 años, había recorrido mundo. Era un especialista en gastronomía francesa, un gran conocedor de vinos y tenía una especialidad en administración de alimentos y bebidas. Había vivido en lugares tan exóticos como Filipinas, Marruecos, Bali, Shanghai y antes de llegar a Santo Domingo estuvo dos años en España (donde había perfeccionado su español universitario). Pero se había cansado de tantos trotes y había aceptado una invitación de su amigo Patrick Elmerich, actualmente gerente del Carrefour en República Dominicana. En Madrid había conocido algunos dominicanos, pero solo en fiestas de grupos donde hasta intentó bailar merengue con una bella mulata. Así que en su recuerdo era grato el nombre de la isla, entonces cuando Patrick lo llamó no lo pensó dos veces. Llevaba ya tres meses en este país de gente siempre sonriente, que trabajaban como esclavos y que como le decía Patrick no le tenían miedo al trabajo duro. Había puesto sus ojos en Yokaira desde la primera semana, no recordaba exactamente cuando la había visto por primera vez, pero se había hecho costumbre parar a tomar un café y conversar con ella. Era una hermosa mulata joven, de unos 24 años, alta, unos 5’7”, no son tan altas las mujeres aquí, pelo negro, ojos vivaces, muy delgada, podría ser modelo si quisiera.
Le encanta la alegría de esta gente, lo cálidos que son, le gusta oírlos hablar, la musicalidad, las frases, ya ha aprendido muchas; piensa que tal vez debería retirarse aquí y conseguir una bella mulata como Yokaira.
- Aquí tiene, señor Pierre, mocachino con tostadas francesas, ¿desea algo más?
- Bueno, es temprano y no hay muchos clientes, ¿podrías sentarte aquí a conversar un ratito?
- Sí, como no.
- Dime, ¿cuántos años tienes?
- 24.
- ¿Eres de la capital?
- Sí, vivo en Los Alcarrizos con mi papá, mi mamá y dos hermanos.
- ¡ah! ¿y tienes novio?
- Sí, se llama Ramón y estudia ingeniería civil en la UASD.
- ¿Y te gusta bailar merengue?
- Sí, y bachata y salsa, voy casi todos los domingos con mi novio y sus amigos a bailar a Makumba, una discoteca en la avenida San Vicente de Paúl, en Los Mina, ¿la ha oído mencionar?
- Ah, sí, la conozco, cuando llegué aquí unos amigos españoles me invitaron a conocer la vida nocturna de la ciudad y pasamos una noche recorriendo varias discotecas. A ustedes los dominicanos les gusta mucho el baile y creo que son muy desinhibidos porque bailan con personas que no conocen como si las conocieran de toda la vida, hay mucho erotismo en sus movimientos y son muy alegres también.
- Perdone señor Pierre pero acaba de llegar una cliente.
- Sí, sí, seguimos hablando después.
- Dígame señora, ¿qué desea?
Yokaira regresó a la máquina del café mientras pensaba que el señor Pierre era muy amable y educado, nunca decía groserías. También recordaba que el señor Pierre le había preguntado si le gustaría trabajar con él en el área del delicatessen; ella le había dicho que no, pues eso había sucedido en los primeros días de su llegada, pero hoy mientras conversaban había decidido que sí le gustará trabajar con él, estar más cerca y tal vez así él se decidiría finalmente a invitarla a salir; pues ya llevaban casi tres meses de estos encuentros a su llegada en las mañanas y él casi nunca le preguntaba cosas personales, hasta hoy.

Pierre se acomoda en la silla de metal blanca y azul mientras observa a Yokaira preparar café, mover las tazas con agilidad, sonreír a cada cliente que llega, cobrar y limpiar el mostrador, todo al mismo tiempo. Piensa que ella tiene la edad de su hija Aimée que vive en Marruecos. Piensa que está un poco cansado de salir con mujeres tan jóvenes que podrían ser sus hijas. Dirige su mirada a una mesa cercana y acaba de notar a dos mujeres conversando animadamente y cuando la bocina estridente del Carrefour hace una pausa puede escuchar que hablan en francés. Observa, las ve reír, una morena, la otra rubia, de mediana edad ambas, una de ellas le dirige una breve mirada y él en ese momento toma una decisión y se pone de pie encaminando sus pasos hacia la mesa de ellas mientras va pensando: “Creo que ya es tiempo de que admita que estoy en la crisis de la mediana edad y que haría el ridículo saliendo con una jovencita como Yokaira”. Mientras en el coffee shop moviendo las blancas tazas del café Yokaira piensa “mañana cuando llegue el señor Pierre le diré que mi sueño siempre ha sido irme a vivir a Europa”.
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Maritza Álvarez, pintora, dibujante y fotógrafa. Nacida en Santo Domingo, República Dominicana, en 1954. Miembro de Fotogrupo y de la Féderation International del Art Photographique (desde 1992). Fundadora y directora de Visiones x Ocho (1995). Coordinadora de la página fotográfica de la Revista Cultural Vetas (1995-2003). Editora de la sección Cámara Oscura de la revista Artes en Santo Domingo (2003-2006). Ha recibido múltiples galardones, entre los más recientes se encuentran: "2009, Universidad Autónoma de Santo domingo. Facultad de Artes. Reconocimiento por su trayectoria en la fotografía" y "2004, Premio XX Concurso de Arte Eduardo León Jimenes".

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